Los Neumáticos: Los Zapatos de Cenicienta que Hacen Todo el Trabajo Real
¿Alguna vez has mirado tu coche y pensado "qué belleza, qué potencia"? Pues estás mirando al príncipe, no a la criada que lo lleva al baile. Adéntrate en el cuento de hadas más trágico y subestimado de la era moderna: la historia de cuatro héroes redondos y negros que cargan con todo el peso literal y metafórico de tu vida, mientras tú ni siquiera recuerdas sus nombres. Esta no es una historia sobre caballos. Es una historia sobre los verdaderos corceles.
El Cuento de los Cuatro Siervos de Goma
Imagina, si te place, un reino. Un reino brillante y lustroso llamado Automóvil. En lo alto, en su trono de acero cromado y cristal reluciente, se sienta el Príncipe Motor. Es vanidoso, bebe combustible caro y hace un ruido impresionante para impresionar a los peatones. A su lado, la Princesa Carrocería, siempre preocupada por su pintura, temerosa del más mínimo rasguño que afee su perfecto acabado.
Y luego, en el subsuelo, en las mazmorras de la suciedad, están ellas. Las Cenicientas. Cuatro hermanas de goma, condenadas a una vida de servidumbre. No tienen nombres bonitos, solo un código aburrido tipo "P215/65 R15". Su vestido es siempre el mismo: un negro polvoriento y lleno de barro secano.
Su madrastra, la Gravedad, es una tirana despiadada. Su hermanastra, la Fricción, las castiga sin piedad cada vez que el Príncipe decide detenerse de repente para evitar atropellar a un squirrel suicida. Y sus hadas madrinas en el taller les clavan varillas metálicas en los costados sin siquiera un "por favor".
Ah, pero llega el Baile. O, como lo llaman los plebeyos, "un viaje por carretera".
El Príncipe Motor ruge con pretendida potencia. La Princesa Carrocería refleja el sol con arrogancia. Y tú, el conductor, el monarca distraído de este circo rodante, giras la llave. ¿Y qué sucede?
Las Cenicientas se ponen a trabajar.
Son ellas las que soportan el peso de tus errores, de tus facturas, de esa caja de ladrillos que "total, por un viajecito no pasa nada". Son ellas las que besan el asfalto, un beso eterno y abrasador, transformando su propia integridad en el avance de todo el reino. Absorben los baches que el sistema de suspensión, ese holgazán, solo se molesta en amortiguar a medias. Se tragan la lluvia, la nieve y el barro para que el Príncipe no se moje los pies.
Mientras tú escuchas la radio y piensas en la cena, ellas están librando una batalla épica contra la física, girando cientos de veces por minuto, aplanándose contra el suelo con una devoción que raya en lo masoquista.
Y el premio por toda esta labor no es un zapato de cristal. Oh, no. Es desgaste. Es que las acusen de estar "bajitas de presión". Es que, en el mejor de los casos, después de miles de kilómetros de lealtad, sean reemplazadas sin ceremonias y apiladas en un rincón sucio de un taller, olvidadas para siempre.
Así que la próxima vez que te acerques a tu reluciente carruaje, haz una reverencia. O, al menos, mira con un poco de respeto a esas cuatro almas negras y redondas que están a punto de llevarte a donde quieras ir. Porque sin ellas, el Príncipe Motor no es más que un generador de ruido muy caro, y la Princesa Carrocería, un adorno estático en tu garaje.
Ellas son las que realmente van al baile. Y tú solo vas sentado en la carroza.
¿Ves? La tragedia está en todas partes, solo hay que saber mirar... o en este caso, rodar.
(Fin de la narración)
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