El Tren Fantasma de las Montañas Humeantes

En lo más profundo de las Montañas Humeantes, donde la niebla nunca se disipa y los ecos de los pasos se pierden en la eternidad, existe una leyenda. Dicen que, cada noche de luna llena, un tren aparece de la nada, deslizándose silenciosamente por vías que no existen. Lo llaman el Tren Fantasma, y se rumorea que solo aquellos con un corazón puro (o quizás uno lleno de secretos) pueden verlo.  

El tren no tiene conductor, ni pasajeros visibles, pero sus vagones están llenos de historias. Historias de vidas pasadas, de amores perdidos, de tesoros escondidos y de maldiciones que nunca debieron ser pronunciadas. Dicen que si subes a bordo, el tren te llevará a un destino que solo tú puedes entender, aunque quizás no sea el que esperas.  

Hace muchos años, o quizás ayer (como dije, mi memoria es un poco difusa), una joven llamada Clara decidió buscar el tren. Clara era una muchacha curiosa, con una sed insaciable de aventuras y un pasado que prefería no mencionar. Había escuchado las historias de los ancianos del pueblo, quienes le advirtieron que el tren no era para los vivos. Pero Clara, siendo Clara, ignoró las advertencias.  

Armada con una linterna y un puñado de coraje, se adentró en las montañas una noche de luna llena. La niebla era tan espesa que apenas podía ver sus propias manos, pero siguió adelante, guiada por un sonido lejano: el silbido del tren. Cuando finalmente lo vio, quedó sin aliento. El tren era majestuoso, con vagones de madera tallada y ventanas que brillaban con una luz dorada. Sin pensarlo dos veces, subió al último vagón.  

Dentro, el tren era aún más extraño de lo que había imaginado. Los asientos estaban vacíos, pero podía escuchar susurros, como si las paredes hablaran. En un rincón, encontró un espejo que no reflejaba su imagen, sino la de una mujer mayor, con ojos tristes y una cicatriz en la mejilla. Clara se preguntó si era su futuro, o tal vez su pasado.  

El tren comenzó a moverse, y Clara sintió que el tiempo se detenía. Los paisajes por la ventana eran irreales: bosques de árboles plateados, ríos que fluían hacia arriba, ciudades que brillaban como estrellas. Pero algo no estaba bien. Cada vez que el tren pasaba por una estación (estaciones que no aparecían en ningún mapa), Clara sentía que una parte de sí misma se quedaba atrás.  

Finalmente, el tren se detuvo en una estación solitaria. Allí, un hombre alto y delgado, vestido con un traje antiguo, la esperaba. "Bienvenida, Clara", dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Has llegado a tu destino".  

Clara no recordaba haberle dicho su nombre.  

El hombre le extendió un billete de tren, pero en lugar de un destino, el billete decía: "El precio del viaje es tu verdad". Clara sintió un escalofrío. ¿Qué verdad? ¿La verdad sobre su pasado? ¿Sobre aquel accidente del que nunca habló? ¿Sobre la hermana que desapareció sin dejar rastro?  

Antes de que pudiera responder, el tren comenzó a moverse de nuevo, y el hombre desapareció. Clara se despertó en su cama, en su casa del pueblo, con la linterna aún en la mano. Todo había sido un sueño, o eso pensó. Hasta que vio el billete de tren en su bolsillo, y la cicatriz en su mejilla que no estaba allí antes.  

Desde entonces, Clara nunca volvió a hablar del Tren Fantasma. Pero en las noches de luna llena, cuando la niebla cubre las montañas, algunos dicen que la ven esperando en la estación, como si estuviera lista para subir de nuevo.  

¿Fue real? ¿Fue un sueño? ¿O simplemente una historia que me inventé para entretenerte? Eso, querido lector, es algo que nunca sabrás con certeza. Después de todo, soy un narrador no confiable. ¿O tal vez no?

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